La Nación, 29 de octubre de 1999 | Publicado en edición impresa |
Por Paquito D´Rivera Especial para La Nación |
Todo esto que escribo tiene como telón de fondo el hermoso cielo estrellado de la pequeña y hospitalaria nación sudamericana; los verdísimos pastos y el susurro del viento entre las ramas de los esbeltos eucaliptos que perfuman el ya legendario tambo del incansable Francisco Yobino; el hombre que quiso pagar con arte y cultura la generosidad de esta tierra que le ofreció la oportunidad de comenzar de nuevo. El primer festival del milenio es, al mismo tiempo, la quinta vez que la muestra se lleva adelante con amor y sacrificio, gracias a la labor de músicos, diseñadores, técnicos, empleados. Con su entusiasmo, todos ellos hacen posible el hechizo que se produce cada vez que las luces del enorme escenario a campo abierto se encienden, dando paso a los artistas que llegaron desde los lugares más distantes del planeta para dar vida a las creaciones de Ellington, Gillespie, Piazzolla, Monk y Jobim, entre otros. Bien podría ser este un mensaje adelantado de la más cordial bienvenida a Jazz en el Tambo 2000.
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