Página 12 - 10 de Enero de 2000 Regina Carter se lució en el Festival de Punta del Este “No hay que repetir lo que está hecho” |
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Por Diego Fischerman
Regina Carter admira a Grapélly, por supuesto. Y a Ray Nance. Y también a figuras más nuevas, como Jean-Luc Ponty (“aunque no me interese su estilo”, aclara). Pero su modelo está mucho más en el territorio de los saxofonistas, “sobre todo John Coltrane”. La figura de Trane, en todo caso, atraviesa todavía mucho del jazz actual. El estilo de Brecker –y de su pianista Calderazzo– o, desde ya, la formidable entrada de Carter cuando irrumpió en escena en la tercera noche del Festival de Punta del Este como invitada del trío de Renée Rosnes, John Patitucci y Terry Linne Carrington, no serían explicables sin la formidable apertura estética que Coltrane provocó hace ya cuatro décadas. La joven violinista, que deslumbró tanto por su musicalidad como por la seguridad y presencia, fuera del escenario habla con voz delgada, apenas audible: “El violín tiene una tradición marginal en el jazz. Por un lado, no ha habido demasiados violinistas. Por el otro, los que hubo fueron importantísimos”. Con un disco editado el año pasado en el sello Verve, Regina Carter asoma como una de las nuevas posibles grandes figuras del jazz. Como en otros músicos de las últimas generaciones, una técnica impecable está en el punto de partida. Y ella dice algo bastante obvio, pero no demasiado evidente para muchos de sus colegas. “La técnica no lo es todo. Es importante porque sin ella no se puede convertir en hechos lo que uno tiene en la cabeza. Una idea excelente, si no está la técnica para tocarla, no sirve para nada. Pero ese es apenas el comienzo. Está lleno de músicos que tocan los mismos solos de siempre, los de Charlie Parker, Miles Davis o Coltrane, por ahí mejor que como los tocaban ellos mismos, más rápido, con mejor sonido y, desde ya, con la más absoluta frialdad. Si uno eligió hacer una música en la que la improvisación es fundamental, no es para repetir lo que ya está hecho, supongo.”La cuestión del “estilo propio” –eso que los músicos de jazz llaman “el sonido”, involucrando muchas más cosas que el timbre– resulta esencial, en todo caso, en un momento en que el jazz se ha cristalizado como lenguaje y se enseña en las academias. Una música de tradición popular, de naturaleza evolutiva y con más de un siglo de vida, es un dato nuevo en la historia del arte y los músicos del género se sitúan, concientemente o no, a partir del proceso de esa información. Un festival como el que desde el miércoles hasta el sábado reunió en el Tambo El Sosiego, en la localidad de Lapataia, cercana a Punta del Este, a varias de las leyendas –pasadas y tal vez futuras– del jazz resulta una ocasión inmejorable para evaluar el estado de las cosas. Músicos como Benny Golson, creador junto con Art Farmer del Jazztet y compositor de un tema histórico como I Remember Clifford, actualmente activo y creativo con 70 años cumplidos, o como Phil Woods, que a pesar de alguna pérdida en el volumen sonoro sigue siendo una referencia, sirven de marco para contrastar la fuerza y el empuje de Brecker y de Regina Carter. Y también para ver cómo otros se colocan en el exacto punto de la defensa de las tradiciones, como sucede con el trompetista Terence Blanchard. El trompetista, compositor de la música de varias de las películas de Spike Lee (entre ellas Malcolm X), realiza un clon casi perfecto del jazz que el sello Blue Note grababa a principios de los 60. Para algunos, todo un desperdicio. Para otros, apenas una de las consecuencias posibles de una música que el tiempo y los modos de circulación cultural han convertido en clásica.
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